viernes, 12 de diciembre de 2008

Antología de Cuentos


La reunión del volumen de cuentos, Despues del azar, es una labor entusiasta del grupo de la generación XLI de la Escuela de Escritores de SOGEM que ahora se gradúa. Dieciocho textos que hablan de un recorrido imaginativo por las letras. Un dejar fluir la pluma para entregar al lector relatos llenos de la diversidad que enriquece a la literatura y que permite suponer que las letras van por buen camino.
El estilo es variado y rico en sus temas y perspectivas, donde aparecen asuntos relacionados con el azar, el destino, la muerte. Y tener la posibilidad de asomarse a los textos de quienes decidieron dedicarse a este arte es algo digno de ser celebrado. La palabra escrita permite adentrarse a los vericuetos del alma humana. Es detenerse a degustar lo que de otro modo permanecería en las tinieblas...

Fragmento de la introducción del libro escrito por:
Aline Petterson
Escritora y Profesora de la Escuela de Escritores en SOGEM

Despues del azar pertenece a la colección narrativa de Ediciones EÓN

Próximamente a la venta en librerias.

martes, 9 de diciembre de 2008

Nuestra Graduación

Ayer acabó la aventura
Hoy debo volar sola y a la altura que yo decida...



Sociedad General de Escritores de México
SOGEM
Generación 41
08 de Diciembre del 2008


Luza Alvarado
Cecilia López
Ana Elena Pola
María Teresa Hurtado
Adriana Gracia
Alejandro Gracia
Mauricio González
Luz Mar Ventura
Alejandra Clausell
Itzel Munguía
María Martínez
Marcela Gálvez
Alberto Terroba
Eduardo Medina
Federico Veerkamp
Mauricio Absalón

Felicidades a todos...en el camino andamos

sábado, 29 de noviembre de 2008

Con ganas de perderme


Me siento con ganas de no saber quien soy
De caminar drogada sin rumbo conocido
Disiparme en la turbulencia del viento

Me siento con ganas de buscar descalza
Las injusticias que trascurren por las noches
De habitar una vecindad oscura
Y someterme a la humedad de sus paredes cuarteadas

Internarme en una vorágine sin retorno
Que me asfixie lentamente

Me siento con ganas de estar tan muerta
De ser inercia en una región desnuda
De ser polvo que se bifurca con la niebla
Un muñeco testigo de las sombras
Sin voz para estar gritando

martes, 25 de noviembre de 2008

Silencio




Ahora callas

Estruendosos aleteos
Rompen el silencio
De una jaula donde ya no cabes

Nada traspasa entre las bocas
El humo de tu cigarro
Ya no golpea mi rostro

Soledad
Grieta profunda bajo mis pies
De donde surge una ninfa enferma

Silencio

La ninfa nos observa compasiva

¿Olvidaste aquél verano? −dije
¿Lo recuerdas?
Ese verano de soles rojos
Y piedras mojadas

Callas
La ninfa llora

Silencio
Soledad
Silencio

La vida que pusiste en el florero
Es naturaleza muerta que provoca:
Respiración agitada de tu pecho
Copa vacía sobre el mantel
Tu mirada ausente que camina
Y el resto de tu cuerpo
Que a p a s o s l e n t o s s e v a

viernes, 7 de noviembre de 2008

Presagio


Me escapo de tu boca
Soy humo en mis noches
Aprisiono el silencio
para que escape el llanto

Me esfumo
De ti
De mí
Y estas paredes achicadas
Me aplastan la vida

Somos como sombras
Cohabitando en un lecho desnudo
Que entre sabanas rotas
Se aíslan en su propio invierno

Horas de indulto
Que presagian la muerte
Días
inclinados
al vacío
Espejo de una sola sombra
Un sofá
Dónde nada cabe

Soy humo
Tú eres viento…
Es otoño

lunes, 27 de octubre de 2008

UN SUEÑO...




Anoche apagué la luz
Tú estabas descalzo
Al margen de una ola escurridiza


Tus pies eran raíces en la arena
El ojo del mundo parpadeó sobre ti
Respirabas entre ecos
Y las sirenas callaron para oírte


Tus labios de cal
Pronunciaron mi nombre sin pasado
El mar abrió sus fauces
Y te entregó un caracol azul

Entonces bailaste como aquel verano
Con las ropas mojadas de tanta brisa
Te reías con un dolor
Clavado entre dos costillas

Anoche te toqué
Tú piel dolía
Estabas hecho de sal y arena
Tus ojos tenían la densidad de una nube gris

Y amaneció
Te desmoronaste con la espuma
La ventana de tu mundo nuevamente se cerró

Respiré otra vez ese aire venenoso
Que lo inunda todo al despertar

Mi cuarto era el puño de un gigante
Otro día inmóvil comenzó
Con la garganta cerrada hasta la asfixia
Esa misma asfixia que me compartes
Desde tú sepulcro

sábado, 18 de octubre de 2008


Hacía tanto frío que decidió salir de su casa. Se quitó los guantes, la bufanda y se enfrentó al verano.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Mini-ficción


Bendita Cirugía

−Mire Abajo. ¿Qué observa?
−Unos cuantos colores
−A ver, ¿así?
−Veo manchas rojas.
−¿Y así?
−Grises
−¿Y ahora?
−Blanco, Abajo es blanco.
−¿Está mejor de esta forma?
−Sí. Así está mejor.
−¿Qué aprecia?
−Nada, no veo nada.
−Listo. Señor Jesús, la operación fue un éxito.

NOTA: La imagen fue tomada del blog, http://www.lashistorias.com.mx/ de Alberto Chimal

miércoles, 8 de octubre de 2008

Soy



Soy ésa a la que el espejo ya no mira de frente

Soy el pecado que asoma a través de mis costillas y mis tacones raspados


Soy la que camina descalza bajo el crujir de alfombras baratas

La que todos miran mojándose los labios

Pestañeando las formas en que han de verme de cerca


Diletante de cosas pasadas y huecas

Mientras aletean sobre mi cuerpo mil cuervos


Soy la perfección de la soledad pausada

De las deshoras, del ayuno y las madrugadas.


Soy la turbulencia que se calma cuando toca tierra antigua

Esa tierra de siempre que me aprisiona entre sus tumbas.


Soy el oropel que se compra en una esquina

El billete falso, el golpe seco

Soy la que tiene a todos

La que tiene nada

Cuando el cuarto está alumbrado.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

KILÓMETRO 29


Hoy, de regreso al Distrito Federal, revisé la señal de mi celular justo cuando pasé por el kilómetro veintinueve de la Autopista Cuernavaca- México. Ahí, en ese tramo de la carretera, me acordé de ella.

Tenía la cara dorada por el sol y las marcas de los tirantes de su traje de baño que se podían apreciar en su espalda descubierta.

Nos detuvimos a la altura de Chilpancingo: unas a comprar dulces de la región y otras querían ir al baño. Fue cuando la vi bajar de una camioneta Honda CR-V gris con placas del Distrito Federal. Regresábamos de Acapulco mis amigas y yo esa tarde de Junio.

Tendría unos trece años o a lo mejor menos. Calzaba unas sandalias muy coquetas y no traía suéter a pesar de que estaba lloviendo cuando nos bajamos de los autos. Su ropa era perfecta para la playa, no así para la carretera. Llevaba puesto un vestido estraple muy blanco y fresco, y su cabello castaño claro apenas le llegaba al cuello. Pude ver de cerca sus ojos verdes, pues nos vimos de frente al pasar por los puestos de dulces.

Durante todo el trayecto hacia México nos fuimos encontrando con la Honda. A veces me rebasaba, otras veces yo la dejaba atrás; casi veníamos juntas.

La lluvia cesó pasando Alpuyeca. Tomé el carril de alta velocidad para recuperar el atraso de tiempo que el aguacero provocó.

A las tres horas de camino oíamos a U2. Cerca del mirador, nuestro silencio era cansancio, las últimas curvas y estaríamos en la caseta de cobro.

Otra tormenta nos sorprendió. Bajé un poco la velocidad y regresé al carril derecho. Recordé que los frenos no responden igual con el pavimento mojado.

La Honda nos rebasó otra vez y se perdió entre las curvas. Iría a ciento cuarenta kilómetros por hora, pues yo casi iba a ciento veinte. La niña iba de copiloto.

Al salir de una curva peligrosa, vimos a cuatro hombres que corrían por el acotamiento en dirección a nosotros. Sus rostros se veían conmocionados. Con sus manos nos hacían señas que fuéramos más despacio y continuáramos por ese carril.

No tuvimos mucho tiempo en nuestra cabeza la duda de lo que había pasado. La respuesta llegó sola al salir de la siguiente curva. La CR-V gris, estaba impactada contra el muro de contención. Todo el frente de la camioneta estaba reducido a fierros retorcidos. Salía humo no sé de dónde.

Logramos pasar apenas rozando la defensa trasera de la Honda, sobre el costado izquierdo de mi camioneta.

Metros más adelante, sobre el pavimento mojado, la niña del vestido estraple blanco yacía inconciente. Los vidrios del parabrisas la rodeaban y había perdido una de sus coquetas sandalias. Sus brazos y sus piernas estaban en una posición que ningún contorsionista, por más elasticidad que tuviera, podría lograr.

Frente al cuerpecito ensangrentado de la niña estaba un señalamiento dónde se leía: “Despacio, setenta kilómetros por hora con pavimento mojado”.

Yo estaba al borde de un shock. Mis manos aferradas al volante sudaron el mar de Acapulco.

Consternadas buscamos los celulares para llamar a la ambulancia.

Seguí manejando con los ojos verdes de la niña clavados en mi parabrisas. Algunos celulares no traían señal. “Insistan”. –Les rogué, hasta que por fin Marcela logró la comunicación: “Hubo un accidente, por favor, urge que vayan al kilómetro veintinueve”. –La oí decir. Después, el silencio era tristeza.

Hoy me acordé de ella. Mientras mis hijas dormían en los asientos traseros y con el cinturón de seguridad bien puestos. Pasé por el kilómetro veintinueve, con el pavimento mojado como aquella vez, sólo que ahora el velocímetro marcaba sesenta kilómetros por hora. U2 estaba en la maleta y en el estéreo de mi camioneta sonaba un jazz.

sábado, 6 de septiembre de 2008

SUICIDIO COLECTIVO



Quisieron dejar de existir

Que no quedara nadie en esa soledad

Apagaron la luz de sus balcones

En sus trincheras

los sepultó la oscuridad


El aire recogió sus miserias

La calle de piedras lavadas

dejó de ser río de gente

Y la iglesia con sus torres

nunca fue perdonada


El polvo esperó ser agitado

Los ecos aguardaron el regreso

Las cúpulas de los árboles

ondearon la tristeza de las noches vencidas


Y terminó


Se durmieron en un sueño rojo

Mariposas negras aplaudieron la insolencia

Una lágrima derramó la roca.


Y el tiempo se llenó de moho

cuando musitaron sus fantasmas.


No quisieron ser unos

Fueron todos

Arraigados en sus tierras ultrajadas

Desde los siglos

Hermanos olvidados

Dignos hijos de Dios

VINO-ANÁLISIS




Borracha
Ahogada hasta las uñas
Vomité la vida

Mi mundo giro al revés
Y en algún momento
Ya tenía ocho años

Reí
Bailé
Y lloré como una escuincla

El monstruo regresó
Tuve frío
Hambre
Y ganas de estar muerta

La noche fue unas fauces oscuras
El hedor, salía de mi propia boca
Fumé entonces.

Tanto viento
Garganta rota
Y mi voz apenas
Se sumó a los gruñidos

Una copa más

El vino es más cierto que Freud

martes, 19 de agosto de 2008

En San Diego.

En una semana perdí clases y tareas; pero gané los abrazos y las sonrisas que en ocho años no tuve.







Llevé a San Diego la mitad de mi corazón y cuatro maletas:

¡He regresado con el corazón completo!

viernes, 1 de agosto de 2008

LUTO EN SOGEM


Me desperté con la triste noticia del fallecimiento de nuestro querido presidente Víctor Hugo Rascón Banda.
Vaya un sentido pésame a toda su familia y un abrazo fraternal a toda la comunidad sogemita.



Otro grande que se nos adelantó: Alejandro Aura dejó de existir el miercoles pasado.
Poéta, narrador, dramaturgo; una perdida irreparable.
Maestra Aura, estamos contigo en estos momentos difíciles.

miércoles, 23 de julio de 2008

Se p a r a c i ó n




Todo en esta vida
Es separación…

Se separa el hijo de la madre
En un ritual doloroso
Entre gritos y llantos
Que sangran
Llamado parto

Y duele…
La mutilación de lo que fue una sola cosa
Para convertirse en dos

Como ese espacio que se abre
Al desollar la piel del venado
Viva, palpitante
Que inicia en la cabeza
Y termina con el fin de su cuerpo

Cómo esa línea
Que rompe
La continúa planicie de un vientre
Haciéndolo desventurado

Como a la vaina
Que rasgada por la mitad
Le arrancan su poderosa esencia
Y sin piedad la desechan

Si
Todo en este mundo
Es separación…

Se separan las palabras para discernirlas
Para encausarlas
Para darles un justo valor
Y así t a n s e p a r a d a s
D i c e n t a n t o
Y d i c e n n a d a

D i c e n t o d o
Dicen ¡Adiós!

Se separan los fallidos sueños
De las cabezas blancas
Y escuálidos huesos

Se separa la memoria
Lentamente sale
Sin ruido
Sin prisa
Se le escapa uno a uno
Los recuerdos

Y se les ve volando
Como mariposas negras
Sobre la frente surcada
De hombres y mujeres viejos

Pero se separan
Siempre se van
Aun en el instante mismo de la muerte

Y es esa muerte lenta
Lo que ahora mismo me queda

Estoy Putrefacta
Desollada
Herida

Así me quedo sin ti
Separada de mí esencia
Como en el momento mismo de mi nacimiento
Y con el llanto del mundo a cuestas

lunes, 7 de julio de 2008

Papelera de reciclaje


ACABO DE BORRAR:
archivos de power point
correos

conversaciones
fotos.


¡Todo se fue a la basura!

Los eliminé de mi computadora... y de mi vida.

Cuahucuicatl. (poesía Náhuatl)

Humberto Tehuacatl Cuaquehua


Cuahucuicatl

Motecpana cuahuyotl,
motecpana xihume;
in nelhuayo quitemo in peyo
¿oncatlye contemo?
¿ye nemiliztl ye miquiliztl?

In nelhua conteno miquilyo;
in xoch in izhua neyo nemilyo
tlanye moteeezcahuia intla tlatlalyo.

Acyehuan concuica nelyo micnenyo

Acyehuan concuica nelyo yolnemitl

Yehuan onmoxochtlalia ipan tlaltzintli

¿on tleca?

oc tal ipa manenemi nehnemilyo
tlan ipan contohtoca miquiliztli

In yolli miquiliztli monotza,
onmonelohuan mah onmohuetzcatia
Imitica cuahuyo.

Yehuan momatlaxcalhuia ica in izhua;
tlan ica ompehuaz mitotilyo in cuica
cuahuyo.

(Traducción)

Canto de los Árboles

Se enfilan los árboles,
se encaminan las plantas;
sus raíces buscan el comienzo
¿cuál comienzo buscan?
¿será la vida o la muerte?

Sus raíces buscan la muerte profunda;
flores y hojas buscan la vida profunda;
que se refleja en el mundo-fuego.

En verdad ellos cantan el viaje de la vida,

Así, ellos se ofrecen en la tierra,
¿para qué?
para que camine la vida
correteando a la muerte.

La vida y la muerte se llaman,
y se juntan para hacerse reír
en medio de la profundidad de los árboles

ellos aplauden con sus hojas;
así comienza la danza
y el canto de los árboles.

Humberto Tehuacatl Cuaquehua. Médico tradicional indígena náhuatl; asociado fundador de Escritores en Lenguas indígenas, A.C.; socio activo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; fundador del Consultorio de Medicina Tradicional "Quetzalpapalotl" y del Centro de Estudios Integrales y Formación Comunitaria "Caltepetlahtocan", A.C.

Tomado de la revista Enlace Nueva Época, año 3, Número 2


sábado, 5 de julio de 2008

Una dosis de chiquitolina


¿Por qué no soy cómo mi hija?

Siempre he sido una ridícula: Todo lo que significa despedida, dejar atrás, adioses y transición me humedece los ojos.

Kelsy terminó la secundaria. La ceremonia comenzó a las ocho de la mañana en punto. En la escuela flotaba el bullicio alegre de las alumnas que hoy concluían el ciclo escolar y empezaban sus tan ansiadas vacaciones de verano.

El programa: palabras de bienvenida por parte de la directora, entrega de diplomas a los promedios más altos y uno que otro reconocimiento para profesores. Hasta ahí, todo bien.

Las alumnas de primer año comandadas por el maestro de español recitaron una poesía rimada, de esas que tanto le disgustan a Teodoro Villegas pues afirma: “Esas recitaciones” son las culpables de que no avance la poesía en México.

Sin embargo, esas rimas decadentes, las canchas de básquetbol con su olor a tierra mojada y los aplausos y gritos estudiantiles me achicaron hasta el metro cuarenta y nueve de estatura, como al chapulín colorado con sus pastillas de chiquitolina. En esa involución permanecí por dos horas y media.

El final se acerca ya
lo esperaré serenamente
ya ves que yo he sido así
te lo diré sinceramente
viví la inmensidad
sin conocer jamás fronteras
jugué sin descansar y
a mi manera.

Con las guitarras un poco desafinadas y cuatro voces niñas, interpretaron el tema las de segundo grado. Caras desencajadas de las estudiantes de tercero: la canción expiraba cómo su estadía en la secundaría.

Yo fui cada uno de esos rostros adolescentes y estuve en cada abrazo apretado que se presiente como último. Los conozco bien. Es esa sensación de tener los pulmones desinflados y el diafragma paralizado, como cuando te dan un balonazo muy fuerte en el pecho.

Así se siente, sabes que no volverás a ver a alguien muy querido y con quien compartiste un tramo de tu vida.

Lo supe cuando me despedí de mi padre para no volverlo a ver jamás. Para ser exacta, fue un mes antes de terminar la primaria. ¿Qué no es lo mismo?, lo sé; lo dije al principio: lloro ridículamente con las despedidas.

Tal vez lloré, tal vez reí
tal vez gané o tal vez perdí
ahora sé que fui feliz
que si lloré también amé
puedo seguir hasta el final
a mi manera.

Cada fin supone un comienzo. A mi manera lo fui aprendiendo a los once años.

Una niña de tercero fue obligada por última vez a subirse las calcetas blancas hasta las rodillas. Su asesora le diría algo al oído, pues la niña también se bajo las mangas del suéter y se puso en firmes.

Entonces recordé la última vez que vestí de falda blanca tableada, el suéter verde con tres franjas grises en el brazo derecho y mis zapatos negros raspados de la punta; eso sí, muy bien boleados.

Finalicé la secundaria y comencé otra vida en un apartamento nuevo –medio viejo- y con la familia paterna toda muerta (o nosotros muertos para ellos, da igual la pérdida). Esa vez, sin abrazos y con el estómago lleno de lágrimas.

Puedo seguir hasta el final
Y a mi manera.

Al terminar el coro y como si estuviéramos en el concierto de Madonna: gritos hasta el desgañote, euforia, estruendosos aplausos; aproveché el alboroto para abanicar mis ojos y esconder la curva de mis labios hacia el suelo.

Siguió el emotivo cambio de escolta y la clausura oficial en voz de la directora: las niñas de tercero se quitaron por última vez el suéter escolar y lo mandaron a volar literalmente a las alturas como diciendo “se acabo”.

¿Y kelsy? toda serenidad, ella y su amiga Laura disfrutando la partida; sin sufrimientos.

Yo no la miraba, la admiraba por conservar como siempre la compostura: nunca la he visto aferrarse a las cosas, ni llorar desconsoladamente por algo que llega a su fin, ni siquiera el día que murió su abuelita.

Una prima le preguntó en aquella ocasión:
-¿Por qué no lloras Kelsy? ¿Qué tú no la querías?
A sus doce años contestó:
-Porque yo sé que no la he perdido. Ella sigue aquí conmigo.

¡Qué lección!

¿Por qué no soy como ella?

¿Por qué no puedo afrontar con temple las despedidas y las transiciones?
Bambi, el rey león y némo son algunas de las tantas películas que me hacen llorar; soy patética.

La gota que derramó el río:

A donde irá veloz y fatigada
La golondrina que de aquí se va
O si en el cielo se hallará
Extraviada
Buscando abrigo y no lo encontrará.

Estoy segura que era un acetato, pues se oía el ruido de la aguja toda sucia.

Parpadeé mil veces: algo molestaba mi ojo, a decir verdad los dos ojos. Una señora me sonrió como quien le sonríe a una niña que se raspó la rodilla.

Me caí muy gorda.

Los abrazos se deshicieron y las alumnas se dispersaron a las aulas para recibir sus certificados.

El aquí y ahora me sorprendieron. El efecto de la chiquitolina se revirtió y con mi uno cincuenta y siete de estatura recuperados me acerqué a mi hija y escuché:

-¿Por qué tu no lloras Laura?
-Porque yo lloro por otras cosas. ¿Y tú?
-Porque no me dan ganas. No tengo porque.

Y fui muy feliz. Comprendí que Kelsy a sus catorce años es muy afortunada. Acolchonada por Papá y mamá, con más ganancias que pérdidas en la vida. Clara, serena, fuerte: segura de saber que quiere y hacia donde va.

Junto a mi lecho le pondré su nido
En donde pueda la estación pasar
También yo estoy en la región perdida
OH cielo santo y sin poder volar.

¡Qué oso! ¿Por qué no soy como mi hija?

jueves, 3 de julio de 2008

La silla


Es lunes. El ruido que hacen las puertas del closet, rompen el silencio en la casa de don Jorge. Nadie se ha levantado aún, sólo él comienza su vida rutinaria a las seis de la mañana. Abre y cierra cajones buscando algo que comienza a molestar a los demás. Simula matar insectos en la pared contigua a la de su hijo y de su nuera, y la cocina, que la noche anterior quedó perfectamente limpia, él la deja en un completo desorden al prepararse un café. Su hijo pregunta desde su habitación si ya se va al trabajo; don Jorge responde azotando la puerta.


     Llega a su negocio embotado por el tráfico. El chirriar de la pesada cortina de metal, al abrirla, pareciera que hace eco a su vida oxidada y gris. Como todos los días, acomoda los envases de refrescos y cervezas afuera de su tienda. Una mujer que pasa con su hijo, lo saluda con voz tímida, don Jorge emite un gruñido indiferente. 
     La fría mañana de octubre se está destapando. La humedad de las banquetas lavadas comienza a evaporarse y un cálido viento acaricia los techos de las casas. 
     Junto a la tienda de abarrotes, una vieja camioneta se estaciona en doble fila. Don Jorge barre el pedazo de su acera. Ya es un hombre mayor, robusto, con el rostro enjuto. Ha sido tendero la mitad de su vida; el tiempo suficiente para que se le note en la cara. Al ver la Ford que se ha detenido, vigila los huacales vacíos que ha dispuesto para que nadie se estacione frente a su fachada. Él nunca ha tenido coche, pero aparta el espacio para los camiones que le reparten la mercancía. 
     Un hombre calvo, casi de la misma edad de don Jorge, de espalda angosta y brazos delgados, baja de la camioneta. Con el rostro afligido camina arrastrando los pantalones, y la camisa se le sale del chaleco. Fuma, al mismo tiempo que revisa el motor de su auto. No muestra interés en estacionarse en el lugar de don Jorge, mucho menos en pelear.
     Don Jorge permanece de pie observando al tipo que tiene la camioneta que él una vez deseó. El hombre, con habilidad, conecta cables y aprieta tapones:
     —Yo nunca he arreglado uno —dice con amargura el tendero.
     Sin darse cuenta, sus pensamientos se ocupan en comparar su situación con el de la camioneta. Con coraje, invoca los suyos. Toda su vida dedicada a proveerlos, sin poder conseguir algo para él mismo. Viudo de una mujer con la que se casó por obligación y a la que odió por exigirle hasta la última gota de sudor.
     Ahora le quedan cuatro hijos. Tres de ellos pocas veces le hablan por teléfono, pues dos viven en Estados Unidos y otro en Zacatecas. Se han ido a formar sus familias olvidándose de él; aunque no puede negar que a veces le mandan algún dinerito para que se compre un regalo en su cumpleaños, el día del padre y Navidad.
     El hijo con el que tiene que vivir, “es un ingrato”, piensa don Jorge; no se ocupa de él. La esposa lo mantiene trabajando de tiempo completo en una fábrica de dulces. Llega a casa más tarde que todos, sólo para cenar y encerrarse a dormir. Pero no sin antes  preguntarle a su padre través de la puerta si está bien o necesita algo. Y don Jorge se hace el dormido. 
     Se siente abandonado, solo, y su hijo no le alivia la necesidad. De sus dos nietos ni qué hablar. José, el mayor, cumplió su sueño de entrar en la universidad y ya no está nunca en casa. Feliz con lo que tiene y lleno de proyectos, entre los amigos y la escuela, no hay tiempo para hablar con “el viejo” como le dicen. Aunque es verdad que José lo invitaba los domingos a ver el fútbol o alguna película, pero don Jorge siempre rechazó sus invitaciones, consideró que era un sacrificio inútil por parte de su nieto, pues intuía que sólo lo hacía por compromiso. 
     El tendero optó por encerrarse en su cuarto y no dejar que lo molesten. Obviamente las invitaciones de su nieto han cesado, y don Jorge, desde su perspectiva, confirmó que todo ha sido por lástima.
     Su nieta Alba es un poco más necia que José. Inmersa al igual que los demás en sus obligaciones cotidianas, destina el domingo para organizar su ropa, acomodar álbumes fotográficos y oír música. Para el tendero, oír los pasos alegres de su nieta por toda la casa, escuchar sus alocados ritmos o aguantar que por compasión inicie una charla con él para contarle sus planes, lo pone de muy mal humor. ¿A quién quiere engañar esa niña tonta?, se pregunta el tendero. Sabe perfectamente que también lo hace para burlarse de él o por la misma causa que José. 
     No esta dispuesto a recibir las migajas de su tiempo ni de su espacio. Su coartada para esquivarla abiertamente es encerrarse después del almuerzo y no salir hasta la comida. Los golpecitos de su nieta tras la puerta le martillean el cerebro. Casi puede ver la cara de burla de Alba cuando ésta le pide que salga a platicar o le ayude con tal o cual cosa. La puerta permanece cerrada y muda. 
     Alba ha insistido durante un tiempo, cambia los tonos de voz. A veces suplicante, a veces exasperada, otras tantas regañona; quiere que entienda que desea compartir sus proyectos con él porque lo ama y son una familia. Don Jorge, al oírla, siente acrecentar ese odio que nació cuando se dio cuenta de que su vida estaba declinando sin haber cumplido ningún sueño propio, absorto solamente en la tediosa rutina de darles lo necesario a los demás y subsistir.
     Los toquidos tras de la puerta cesaron el día en que todos se convencieron de lo que él ya sabía: un viejo puede ser tan desagradable y molesto como una piedra en el zapato.   
     El hombre que se había bajado de la camioneta, nervioso  saluda al tendero y lo saca de sus recuerdos. Éste contesta sin ganas, desconfiado, como siempre.
—Estoy buscando la calle de Sauce, ¿la conoce? 
—¿Qué colonia le dijeron? —contesta el tendero.
—La Consejo Agrarista, busco un taller mecánico que me recomendaron.
—Anda un poco retirado, debe tomar Periférico y antes de llegar a Tláhuac dobla a la izquierda; suba por esa calle y, pasando el Reclusorio Oriente, comienza la Agrarista.
—No, pues sí ando bien retirado y como que ya hace hambre.
—Pues también vendo tortas, si quiere.
—Ándele, sí. Prepáreme una de jamón, por favor.
—Ya le estoy dando, pásele.
—Aquí espero, para que no se la lleve la grúa. −dice el hombre, señalando la camioneta.
     El tendero entra en su negocio a despachar el pedido. Siempre de jamón, se dice, al tiempo que busca los ingredientes de costumbre. Hace la torta aburrido, casi con los ojos cerrados. Después de un rato, emite un grito desde adentro
—Está lista la de jamón.
     Pasan unos segundos, al no obtener respuesta, sale molesto para avisarle al hombre que ya está su torta. Pero afuera no hay nadie, la camioneta verde se ha ido con el tipo que tenía hambre.
     El tendero inspecciona el lugar: todo sigue en el mismo sitio, pero hay algo que sí modificó el rutinario panorama al irse la camioneta: don Jorge advierte que en la acera de enfrente hay una silla blanca de plástico, y sentado en ella está un anciano, como de noventa años; muy flaco y desnutrido, cubierto con una frazada azul.  A pesar de la tibieza del medio día, al anciano le han calzado guantes y unas sandalias. La pijama es de franela café y una bufanda le rodea el frágil cuello, como para mantener la cabeza en su lugar y evitar que caiga. Parece dormir plácidamente mientras el sol lo baña con su haz dorado.
     Don Jorge nunca lo ha visto por allí. Es un alivio tener familiares que lo procuren de esa forma, se dice, tal vez sea papá o abuelo de algún vecino. 
     El tendero siente envidia, desearía ser ese anciano al que cuidan con tanta amabilidad. Anhela estar allí en esa silla, descansando y reviviendo los momentos importantes de su vida, momentos que el tendero no encuentra por ningún lado de la suya. 
     Seguramente eso hace el anciano, vivir la vejez perfecta. Pero él, desde su circunstancia, no pudo vivir lo que ni siquiera se permitió soñar.  
     Repasa su realidad. Al llegar a casa, su nuera le servirá la comida que para él siempre está fría y seca, con suerte se acostará antes de que lleguen sus nietos, evitando así las preguntas hipócritas sobre su vida precaria. Para qué preguntar cómo estuvo la venta hoy, si bien sabe que eso es algo que poco les importa a ellos. Se recostará en su cuarto, verá la televisión a todo volumen hasta pasada la media noche y alguien le pedirá que le baje al sonido. Una sonrisa malévola se le dibujará en el rostro una media hora más. Finalmente la apagará sustituyendo el ruido del televisor por el de un vaso al estrellarse contra el piso o el interminable abrir y azotar de las puertas en plena madrugada, cuando simule ir a orinar. Siempre molesto, hasta de sus mismos planes. Tratará de dormir y se arrepentirá un poco de ser como es. Cerrará los ojos hasta las seis de la mañana del siguiente día y despertará de mal humor. Del mismo modo abrirá su tienda.
     Don Jorge desea saber quién es el de la silla, pero la curiosidad es amainada por la desconfianza. 
     Un cliente conocido lo rescata del ensimismamiento; don Jorge surte el pedido arrastrando los pies y los recuerdos. El resto de la tarde es normal, como cualquier otro día. Transeúntes fatigados caminan sin mirarse unos a otros, el tráfico en la hora pico es aturdidor; los ruidos ensordecedores de las bocinas lo atestiguan.
     Para don Jorge, la misma tarde de lunes, como cada lunes. Ve a la misma gente; siente el mismo hastío, la misma rutina, la misma venta, el mismo humor.
     La noche empieza a caer y con ella la temperatura desciende también. El silencio aterriza acompañándolos en una encomienda tripartita y cotidiana. A esa hora, todos estarán llegando a su casa; el tendero desea ya estar en la suya.
     Por ahora debe cerrar. Con chamarra y bufanda puestas, mete las cajas de refrescos, los utensilios de limpieza y apila los huacales dentro de su tienda. Baja la cortina con la agilidad que brinda la experiencia y coloca los candados  de alta seguridad.
     Un auto que pasa sobre la avenida ilumina las banquetas. Sorprendido, don Jorge se da cuenta que la silla blanca sigue ahí; abandonada con todo y su ocupante.


sábado, 28 de junio de 2008

La decisión


I
Esa mañana transcurrió densa para Sara, entre sus divagaciones y las condolencias que aún le proporcionaban sus empleados y alguno que otro amigo. Estaba en esa oficina cómoda y elegante. Demasiado elegante para dirigir nada. Siempre estuvo orgullosa de su espacio, decorado con exquisito gusto, que desde hace ya un tiempo levantó su frente en medio de las Lomas de Chapultepec.
Ahora ese cuarto era el puño de un gigante. El día invernal acentuaba su tristeza. Se confabulaba en su contra. Las paredes se achicaban al punto de asfixiarla. Quería escapar de allí, o que algo la arrancara de ese momento, sin embargo debía dejar en orden sus documentos.
No le quedaba más remedio que recibir las muestras de afecto y solidaridad, prometía cuidarse, y aceptaba sin conceder, que aun había cosas bellas que le deparaba la vida. Secaba sus lágrimas de vez en cuando, mostrando una serenidad digna de aplaudirse, y continuaba en su tarea.
Firmó cheques, entregó la carpeta de documentos legales de su empresa a Judith, su secretaria, borró información de su computadora y rompió algunos papeles que le estorbaban. Su forma de conducirse y de actuar era mecánica y dolorosa. Pocos se atrevían a romper su ensimismamiento, tratando de rescatarla a su nueva realidad.
Pero a Sara nadie la podía rescatar, su mirada se perdía en un punto, en un vacío, al tiempo que sentía la cabeza estallar. Ese malestar fue como un recordatorio para ella. Buscó en su bolso, repasó en su memoria que nada le faltara y que todo estuviera ahí dentro: una botella de tequila, un litro de anticongelante, jeringas y sus cigarros.
Para la hora del almuerzo, Sara había tomado la decisión, el domingo siete de Enero ella moriría, entre las doce treinta y las dos de la mañana, en el hotel Fiesta Americana, habitación por confirmar.
Como carta póstuma, preparó algunos recortes de periódicos y los dispuso sobre el buró del hotel. La foto de su hijo Uriel figuraba en páginas centrales con el encabezado “Asesinado con tal solo siete años de vida”.
II 
Después de varios golpes en la puerta sin que nadie abriera, el licenciado Roberto Monroe le pide al gerente que abra la habitación y entra en la escena. Media docena de peritos y fotógrafos van detrás de él. 
Roberto Monroe inspecciona el área. Se acerca a un costado de la cama y toma los recortes de periódicos. El encabezado es claro. Abajo, con letra más pequeña se lee:
"El cuerpo del menor fue encontrado a las faldas del Ajusco, según información proporcionada por la agencia Federal de Investigaciones (AFI), el secuestro de Uriel Aguilar fue una confusión de los sicarios,  ya que se encontró una nota junto al cuerpo que decía:”Disculpen la equivocación”, por lo que se ha montado un operativo alrededor del colegio donde estudiaba la víctima, pues se teme por la seguridad de el hijo de conocido y afamado político, inscrito en el mismo plantel, el cual asegura haber recibido fuertes amenazas desde hace varios meses".
III
Sara yace tendida sobre la cama, sus ojos entre abiertos parecen seguir buscando a su hijo en otro abismo. Roberto Monroe, después de examinar el cuerpo se dirige a la salida, afirmando  a los presentes sin temor a equivocarse que el caso está cerrado.