miércoles, 21 de enero de 2009

UN PASEO POCO COMÚN

Nunca me ha gustado meterme en lo que no me importa, sin embargo, esa noche tuve ganas de hablar, de decir lo que había mirado al salir de casa, pero las ganas se me quitaron cuando recordé que me vio.

Esa no era una escena común; una monja conducía una carriola a toda velocidad enfrente de la acera donde yo vivía. Los hábitos de la monja volaban en dirección contraria a sus pasos, seguramente con semejante zangoloteo el bebé estaría asustado.

Mis ojos la siguieron con curiosidad hasta que se detuvo en el ochenta y siete bis, justo en la casa de los Velarde, los que —supimos todos— habían perdido a su pequeño hijo una semana atrás. Algunos vecinos aseguraban que les pedían rescate millonario, otros, que la mamá lo descuidó por oler fragancias en el Centro Comercial.

Pensé que la monja venía a entregar al bebé que, por alguna circunstancia, había llegado al orfanato donde ella vivía. Cerré con lentitud para seguir observando. La religiosa tocó el timbre y se percató de mi presencia; sus ojos se clavaron en mí cara, en mi cuerpo y en el número ochenta y ocho de cerámica incrustado en mi puerta. Segundos más tarde se fue, dejando la carriola junto al portón de mis vecinos. La señora Velarde fue quién abrió; me sentí aliviado.

Me fui entonces a ver a Karla con un presentimiento que me perseguía desde hace días. Esa tarde me dijo que se había enamorado de otro, alguien con más ambiciones en la vida que yo. Quiso consolarme con su amistad, pero yo la rechacé; sin ella, sería un inválido en este mundo.

Tenía que empezar a familiarizarme con la soledad, así que deambulé como pendejo por el Parque Hundido. Acababa de perder a la mujer de mi vida por no tener un titulo, ni vestir de traje todos los días. Al anochecer, se me habían acabado los pasos y las expectativas. Así que regresé.

Una veintena de policías y peritos habían acordonado el acceso a mí calle. Tuve que identificarme, comprobar que vivía allí para poder pasar no sin antes responder a ciertas preguntas, como si había visto algo o a alguien raro. El recuerdo de la monja mirándome a mí y a mi puerta me dejó mudo.

—Nada oficial, no vi nada raro.

Observé por la ventana de la sala durante unos minutos, y cosa que nunca hago, decidí salir a la tienda de la esquina para enterarme de algo que me hiciera olvidar mi tragedia.

La vecina del ochenta y cinco —que siempre sabe todo— estaba comprando leche y pan para sus hijos. Ella fue la que me dijo que, al cuerpo del bebé de los Velarde, le faltaban sus manos.




martes, 13 de enero de 2009

Pájaro errante


Me asomé dentro de ti…
Llovía cenizas negras
Sobre un paraje despoblado

Recorrí tus cuartos agrietados
Me estacioné en un balcón enmohecido
A fuera
Eras un paisaje pintado a mano
Desierto

Dunas blancas y sin viento

Mis ojos lamentaron
La estática de tu ser
Espejismos de otros tiempos
Sin piedras mojadas

Derrumbé tu arquitectura
Y recogí los escombros con mi piel

Días y noches enteros
Moldeé una figura de bronce

Esculpí un pájaro errante
Con alas de hierro
Y el fuego en los ojos

Surgiste con la fuerza
De un pleroma recién nacido

Te erguiste

Sacudiste con el peso de tus alas
El polvo de cien años

Y volaste muy alto
Volaste tan lejos de mí.

viernes, 9 de enero de 2009

Puede ser


Puede ser que un día nos cansemos de buscar los significados de esos sueños que nos despiertan con los dientes apretados, bañados en sudor, desconcertados, tal vez con miedo; y que nos afanemos impávidos a la acción mecánica de nuestros cuerpos somnolientos, conduciéndonos por la vida sin más interrogantes ni sobresaltos, sin sorprendernos; sólo esperando que transcurra eso que ignoramos.


¡Morir será la espera en secreto y en silencio!


-Para algunos ya lo es-


Puede ser entonces que el mundo onírico que hasta ahora nos ha trastornado, se resbale líquido en un techo de dos aguas, y dentro de nosotros, quede seco el propio árbol de la vida; sin mitos, ni sueños…


-Y nadie pregunte nada-


Puede ser que el destino quede absuelto de los contratiempos, que el azar evapore ciertas dudas, o todas, o ninguna, pero así nos conformemos, pues vivir será sólo un golpe de suerte.


Puede ser también que llegado el momento resignemos nuestras ansias al sonambulismo, cerrando las puertas que conducen a los abismos, que tantos y tantos hombres intentaron trasgredir, muriendo en el intento.


¡Qué vidas tan emocionantes la de aquéllos que tanto contemplaron!


Imágenes reales buscadas con impaciencia, a la intemperie y en el momento exacto en que el sol y la luna se tocaban los hombros. Esos hombres tan antiguos que no limitaron a pulgadas la inmensidad del mar, ni fijaron su mirada a la presunción de pantallas planas, pues se inventaron el tiempo para sentarse en el portón de su casa a beberse las tardes, teniendo como espectáculo el universo de estrellas y un molino de viento.


Otras cosas preocuparán a la raza que seremos —el costo de una madre sustituta o el precio de un perro robot— la poesía, será la primera enfermedad erradicada por los gobiernos que piensan en el bienestar de la humanidad. En México por ejemplo, nos enseñaran a actuar decentemente, con masivas dosis de La rosa de Guadalupe y Central de Abasto. El mismo hombre ahogará sus preguntas e inconformidades con el nudo de su corbata o con La Familia Peluche.


¡Y el umbral multicolor quedará oscuro a los ojos futuros!


A nadie le importará acercarse a la raya, pues tan sólo habitarán:

Niños ciegos

Niños mudos y expertos en controles electrónicos

Raza humana programada para ejecutar

Conectados siempre a la misma corriente que sólo fluirá

En un circuito cerrado dónde todo está resuelto y formateado.


Puede ser entonces que nadie insista en los misterios, que se derrumben pirámides viejas, museos inútiles, y se construyan en su lugar campos militarizados, centros de clonación masiva y empresas productoras de vegetales.


Y así, un sólo conclave de elite será el que murmure entre dientes sobre ciertas cosas que los demás no deberemos saber, y entonces…


¡Ellos elegirán el pan y el vino que debe probar la humanidad!


Puede ser que el hombre llegue a tener una vida tecnológica resuelta, pero con tanto vacío en la cabeza, que pesará demasiado y andaremos encorvados.


Tan abajo…


Que será necesario -otra vez- caminar cómodamente con cuatro patas.