jueves, 26 de marzo de 2009

TOTAL - MENTE ADULTA



“Quizá sólo entonces estaba descubriendo la pesadez, la inercia, la opacidad del mundo, características que se adhieren rápidamente…”

Italo Calvino


Descubrí que soy madura, y no por la edad que traigo encima de mis rodillas, ni por los fantasmas que han desaparecido hace años entre tanta ropa talla 32 que guardo en mi closets. Tampoco es por la charla que tuve ayer con ésa persona que me observaba inquisidora frente a mi espejo ovalado. No, ella, —la del espejo— y yo, hemos estado de acuerdo en cambiar de aspecto si tantas lunas así lo deciden, y hasta nos hemos reído juntas cuando descubrimos una nueva línea de expresión entre los ojos que compartimos; o por debajo de ellos.


Nada de lo anterior me hizo estar segura de mi madurez como hoy, cuando vi en el crucero a ésas mujeres que reían, mientras se secaban el agua que un vehículo les lanzó con su limpia parabrisas, en el momento que ellas intentaban lavarlo a cambio de unas cuántas monedas. ¡Reían! mientras yo renegaba del tráfico, del calor y de los minutos que avanzaban en el tablero de mi auto deportivo último modelo.


Me percaté —con tristeza— que perdí la levedad de mí ser en algún sitio: en la oficina, en el súper o dentro de la lavadora de nueve kilos; podría ser también que en algún otro crucero de la ciudad.


Quién sabe desde cuando carecía de la capacidad de trasmutarme a ese estado mental donde todo es más fácil, nada es tan enserio, y sí más simple y divertido.


Mi polaridad desapareció en un punto de mi conciencia y quedé atrapada en un sólo extremo de esa línea horizontal por donde yo me deslizaba a deshoras; entre la ingenuidad de una infancia que perduró en el ánimo de mi inconciencia y los actos evolutivos, racionales y obligatorios que correspondían a la cronología de mi vida.


Ya en casa, entre tanta noche estacionada en mi almohada hice un inventario de mis días. Enfrenté la introspección cara a cara; dejé de negar los cambios internos de mi cuerpo, de mi ánimo y hasta de mi estadía fugaz en éste mundo. También busqué a alguien en la poesía que escribí a los once años, pero ya no la encontré.


Sí, absolutamente madura, sin opción de dar marcha atrás para sustraer de nuevo un respiro pueril de los bailes ridículos que solía yo hacer con mis compañeras de juegos nocturnos, que a veces eran también mis hijas. Ahora todo el tiempo soy la del extremo opuesto a ellas, todo el tiempo soy la mamá, la esposa, la profesionista… la adulta.


Y no es que esté mal, pero extraño a mi niña; a ésa que por la tarde le gustaba correr por toda la casa deslizando una cuerda azul para que la persiguieran los gatos, extraño sus gestos ridículos cuando se reía con la del espejo… y con el mundo. Extraño sus desmayos fingidos y convulsos si no la llenaban de besos curativos; extraño ésa que fui.


¿Qué ha sido de mi dualidad, de mi polo opuesto?


La niña antagónica de ésta mujer madura que soy ahora perdió la batalla en la película de mi vida.

Éramos idénticas en naturaleza, pero en diferente grado; éramos tan cómplices… tan amigas. Paradójicamente, ésa niña y yo ya no podremos reconciliarnos.

SE BUSCA

¿Recuerdan?
Hubo una niña
De rodillas raspadas y discurso que ofende
Vestida de muñeca rota, de país que llora.
Mi niña

¿La recuerdan?
Los animales del bosque saliendo por sus párpados,
Mientras lleva la inútil tarea de rodear la cintura de papá.
Ella
La que prefiere los cantos de mamá,
Antes que perseguir al conejo blanco y su pesado reloj.

¿A dónde fue?
Están ausentes sus manitas de las mías,
Ya no las envuelven.
Ya no las guían por Notre Dame.

Si la encuentran.
Díganle que aún la espero en el mismo verso
Sentado
Entre un país que llora y una muñeca rota.


Publicado el 17 de Julio del 2007 en: http://ojodecuervo.blogspot
y reproducido aquí con la autorización de su autor Edmer Montes.

viernes, 13 de marzo de 2009

Lo siento más yo que el gato



El gato huyó por el abismo que dejaste
Atrás de esa puerta oxidada y rota… Yo
Recogiendo los pedazos de ti
Lo siento más yo que el gato
No encuentro horas buenas
Ni duermo enroscado en la angostura de tu espalda
Mi piel se eriza toda
Cuando los recuerdos tuyos resuenan en la alcoba
Con un gran maullido que nunca acaba
Lo siento más yo que el gato triste
Que ronda en círculos su plato vacío
Que escapa de tu abandono cada noche
Cargando en su lomo nuestro tejado roto
Con más costillas que pelaje negro
Animal que husmea en el trozo de tu cama
El aroma de tus brazos circulares
Sin el bulto de tu cuerpo bajo las sábanas
En tan ancha soledad se acurruca
Y duerme con lo que le queda de ti; de él
Da lástima su ronco ronronear
Cuando salta al cajón de tu olor
Arañado la madera de tu cuerpo
Pero me doy más lástima yo
Que habito su agonía con la mía
Sin más refugio que los fantasmas atrapados
En los ojos verdes de ese gato casi muerto
Sé que no volverás en este tiempo que se agota
Que agoniza en la línea de mis parpados apretados
Y en el pescuezo de un gato que ya no lucha
Mi mano asfixiante es el silencio
Pero qué importa ya el silencio
Si el gato y yo pactamos
Compartir la misma tumba