miércoles, 15 de diciembre de 2010

A Adriana Gracia la inspira Mario González Suárez

Con 'Vidas baldías' gana el Premio Nacional Valladolid a las Letras
Héctor Guardado
07-12-2010


MAZATLÁN._ Julieta es una mujer que en vida padeció esquizofrenia, descubre que murió, y desde esta perspectiva, con la conciencia que le da su condición, consigue llegar a su destino final. Esa es la historia que narra Vidas baldías, de Adriana Gracia, con la que ganó el Premio Valladolid a las Letras.

La escritora, nacida en el Distrito Federal y egresada de la Escuela de Escritores de la Sogem, reveló que es admiradora del escritor Mario González Suárez, su maestro. Asiste al taller literario que éste ofrece en la Ciudad de México.

"Aspiro a escribir como Mario González Suárez. De sus libros, mi favorito es De la infancia, ese texto influenció mi novela Vidas baldías, con la que gané el premio. De esa novela admiro sobre todo su manejo del tiempo onírico-fantasmal, tiene un lenguaje muy depurado, su prosa es exquisita, tiene la palabra exacta para la emoción correspondiente y para la acción especifica que está contando", reveló.

"Esa capacidad provoca en el escritor una alegría muy grande, esa es mi principal aspiración, escribo para mí, para contar historias, no lo hago para complacer a los lectores".

-¿El ambiente depresivo e inquietante de las novelas de Mario González Suárez te atrae?

"Sí, porque es una forma muy sana de sacar los demonios, con estas novelas se despiertan conciencias, cada vez hay más gente que descubre sus fantasmas y eso ayuda a conocer la condición humana, para eso sirve la literatura", dijo.

"Este premio me confirma que estoy en el lugar correcto, que estoy haciendo lo que quiero. Para quedarme en la literatura tuve que dejar el confort de un negocio establecido, pero vale la pena, porque la literatura es una aventura, una pasión un destino, en el intento descubres el mundo".

martes, 7 de diciembre de 2010

Entregan el Premio Nacional Valladolid a las letras

Entregan el Valladolid a las Letras
Elman Trevizo lo recibe por cuento y Adriana Gracia por novela
Héctor Guardado
06-12-2010 



MAZATLÁN._ La historia de Julieta, una mujer muerta que después de expirar ve en perspectiva su vida y entiende lo que paso en su existencia, fue escrita por Adriana Gracia en el taller que imparte el escritor Mario González Suárez en el Distrito Federal. Ella se hizo acreedora al Premio Valladolid a las Letras, que se entregó en el Centro Cultural Valladolid la noche del sábado, por su novela Vidas baldías.
En el renglón de cuento infantil el ganador fue el chihuahuense Elman Trevizo, un hombre de 29 años lleno de vitalidad, que dirige en la Ciudad de México un taller infantil de creación literaria, y además es editor en Grupo Z. Él ganó con el cuento El gallompiro, que narra la historia de un ave que lentamente se transforma en vampiro.
En representación del Sistema Valladolid estuvieron en el presidium Evangelina Bazán, directora de la unidad Centro; Olga María Enciso, coordinadora del Premio Valladolid a las Letras; Claudia Pérez Tirado, directora de Recursos Humanos y Galilea Martínez, directora de la Unidad Villa Verde.
Representando al jurado de novela estuvo presente Laura Medina, quien felicitó a la institución por apoyar a los nuevos escritores mexicanos, y por parte del jurado de cuento, Ana Belén López Pulido mencionó que es importante apoyar la literatura porque los libros transforman a los seres humanos.
Se entregaron cuatro menciones honoríficas, a Sergio Navarro, Bernabé Alatorre, José Ramón Ortiz y Jaime González.
Los ganadores recibieron un reconocimiento y un cheque por 70 mil pesos para Adriana Gracia y 50 mil para Elman Trevizo.
Después de la premiación, la violinista Mónica Osuna y el pianista Eduardo Pérez ofrecieron un concierto en el que interpretaron las piezas Allegro, de Fiocco; Danza Húngara 5, de Brahms; Meditación, de Massenet y Dos guitarras.

PREMIO VALLADOLID A LAS LETRAS
Primer lugar novela: "Vidas baldías", de Adriana Gracia (70 mil pesos)
Primer lugar cuento: "El gallompiro", de Elman Trevizo (50 mil pesos)

AUMENTA MONTO DEL PREMIO
Olga María Enciso, coordinadora del Premio Valladolid a las Letras, anunció que el próximo año se va a entregar una bolsa de 200 mil pesos: 130 mil para novela y 70 mil para cuento. 

sábado, 30 de octubre de 2010

A un muerto



Eras el abismo.
Escondite perfecto de sustancias negras
que se alojan entre la carne y los huesos.

Descubrí tu armadura oxidada
aquella noche que fui lluvia sobre tu espalda
y tu piel se herrumbró entre mis manos.

Me desprendí de tu vacío.

Fui el tiempo que dejó de extenderse
en tus cuartos agrietados
y sentenciaste que todos los días
de todos los años
no serían nada en ese sitio sin mí.

Regresaron las voces de tus fantasmas
que sólo escucha tu oído izquierdo
pues en el derecho….Yo
en esa alcoba tan vacía hasta de ti.

Crees sentir mis dedos en el aire de tus mejillas
y te despiertas tan deshabitado
respirando la inercia de tu cuerpo que vegeta
que se repudia a sí mismo
porque desconoce lo dulce que es vivir.

Eres un muerto que pena a mi capricho
pues soy quien te revive
en esa hora del día que no conoces
y soy yo quien te vuelve otra vez a enterrar.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Poetas de Iberoamérica rinden 'Tributo a Sabines'



◦Aproximadamente 50 escritores se dieron cita a este homenaje

Se trata de una antología en donde se reúnen poesías, crónicas y ensayos de Sabines compilada por el poeta Jorge Contreras Herrera

CIUDAD DE MÉXICO (23/SEP/2010).- Con el propósito de perpetuar el legado del poeta Jaime Sabines nació la antología 'Tributo a Sabines. He aquí que estamos todos reunidos', compilada por el poeta Jorge Contreras Herrera y que anoche fue presentada aquí.

La edición reúne poesía, crónica, ensayos, una entrevista e imágenes del llamado 'poeta mayor', la cual fue presentada en el Centro Cultural 'José Martí' por algunos de los 50 escritores que participaron en este homenaje.

Entre los invitados a esta presentación destacan el poeta cubano Rafael Carralero, el escritor colombiano Jacinto K´anul, el representante de editorial Morvoz, Eric Marvás, Juan Carlos Valdovinos, editor de Fridaura, y el compilador Contreras Herrera.

Durante el acto, Contreras señaló que esta antología nace del éxito de la convocatoria que lanzó para reunir a poetas de toda Iberoamérica a fin de rendir tributo a Sabines.

En medio de una atmósfera colmada de nostalgia comenzó la lectura del poema 'Tía chofi', de Sabines, a cargo de Erick Marvás, quien lo leyó de manera majestuosa gracias a su desbordada interpretación.

Asimismo, el eterno admirador del 'poeta mayor', Jorge Contreras, dio lectura al poema 'In memorian Jaime Sabines', el cual describe el profundo dolor causado por la pérdida de este gran vate y que escribió minutos después de enterarse del fallecimiento, refirió.

Durante varios minutos el público fue testigo del trabajo realizado por poetas como Cristina de la Concha, Adriana Gracia Flores, Ricardo Varela, René Higuera, Alberto Arellano y Alejandro Campos.

Asimismo, cuenta con la participación del candidato al Nobel de este año, Miguel Oscar Menassa, Lucero Balcázar, Juan Pomponio, Karini Apodaca, Regina Swain, Pilar Chehin, Pablo Aldaco y Mijail Lamas, entre otros escritores.

El prólogo de ésta compilación es de Fernando Reyes, quien también dio lectura a su trabajo; además, fue él quien otorgó una fotografía de Sabines para la realización creativa de la portada.

Dicha publicación fue posible gracias al trabo conjunto de las casas editoriales Fridaura y Morvoz, con el apoyo de Cithari y Somepse, que permitieron la publicación de este libro.

Jaime Sabines, Premio Nacional de Literatura en 1983, fue un poeta y ensayista mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez en 1926. Murió en 1999.

Su obra tiene un marcado acento informal que lo convierte en un poeta de todos los tiempos. Su prosa apasionada y su verso sentido y sensual, hacen viajar al lector por un mundo de realidades vividas.

En 1965 tras su visita a Cuba para servir como jurado del Premio Casa de las Américas, sufrió un gran desencanto con las tendencias izquierdistas, sentimiento que dejó plasmado en su libro 'Yuria' publicado en 1967.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Noches de lluvia (O lo que ignora Alzheimer)



A veces evoco…

Nombres que pronuncia
los hilachos de la memoria
con la boca cerrada por el miedo.

Nombres de gente; lugares
que brotan espontáneos
por entre la línea de mis párpados.

Cuando la lluvia empapa mi cabeza
se me escurren por la coladera
abrazos efímeros
recuerdos extraños
que alguna vez fueron míos.

Y acucian las lágrimas a los ojos
en noches lluviosas como esta
entre paredes cuarteadas de insomnios
el alma llena de pereza
de frío
de ausencia
hasta de mí misma…

sábado, 5 de junio de 2010

Atropellada



Terminé de juntar los trozos de mí que quedaron regados en el pavimento. Fui aplastada. Literalmente quedé como un rompecabezas difícil de armar; me falta una pieza que fue totalmente triturada y ya no podrá completarme.

Sé que ya no volveré a ser la misma, pero no importa eso; el pasado es un archivo al que no le tengo miedo y en cambio lo uso para crecer.


Este hueco que ahora me queda con el tiempo podré llenarlo, robándole a la vida la imagen de un lago de aguas diáfanas y peces multicolores y haré que embonen sus contornos con los bordes de mi alma para estar otra vez completa.

Estoy viva a pesar de la poca pericia del conductor que me arrolló. Lo perdono por su inconsciencia, aunque no sé si él se perdonará su cobardía. Este accidente en mi vida me ha vuelto más sensata; ya no cruzaré cualquier calle.

viernes, 9 de abril de 2010

Les dejo un avance de mi novela...

Paul Delvaux, "le miroir", 1936

Capitulo 9 (Locura)

Mi sombra levita al ras del colchón. Mis brazos extendidos son las alas que nunca pudieron levantarme ni sostenerme. Con las palmas de las manos hacia arriba me equilibro en el aire y nada más. No suplico ni espero nada del de arriba porque arriba estoy y aún no lo he visto. Por encima de mí, y por encima aun de mi madre sigo existiendo en el vacío. Traspaso la almohada con la cabeza echada atrás, inmersa hasta el cuello en las profundidades del colchón, busco en la médula de los objetos el impulso que origine los recuerdos. Oigo rechinar los resortes aplastados cuando se expanden lentamente comunicando hasta mi cerebro las sensaciones dormidas por años. Huelo el óxido del metal y aspiro un poco de borra vieja cuando se alarga el espasmo, hasta que la sombra de mis pies también se entierra en las profundidades del colchón formando un arco con el resto de mi cuerpo que aún levita. Inquieta, pernocto en un sitio y en un tiempo crispado por descargas eléctricas que me recorren desde la base del cráneo, por la columna y hasta los pies, desempolvando cada uno de mis nervios, provocando que recobre cada una de las emociones de la vida que viví…


Llegaste a casa muy tarde. Oscura. Tan oscura como la casa que aguardaba llena de morbo conocer el secreto. Oí girar el picaporte de la puerta aún con una leve esperanza, aunque todo estuviera en tu contra. Mintiéndome, me levanté del sofá para escoltar tu entrada y recibir algo que de antemano sabía que no me darías. Y te seguí hasta encendernos con la luz sucia del foco de 40 watts. Mientras te quitabas el chal y recorrías la estancia, te perseguí con las piernas trabadas y los brazos extendidos, como un robot que está obligado a ejecutar la tarea para la que fue programado. Pero tú ni siquiera volteaste a mirarme. Continuaste tu camino hasta la cocina y prendiste el fuego…

Mamacita… ¿mi hija?, te pregunté. Pero el chorro del agua que llenaba el pocillo de peltre ahogó mi voz entrecortada. Mamacita… ¿dónde está mi hija?, insistí, mientras el agua ya se entibiaba sobre la estufa. Por favor, madre…

Tú no tienes hija. Nunca la tuviste, ¿me entiendes?, y ahora déjame cenar que vengo muerta de cansancio, me contestaste, con una voz tan convincente que casi te creo. Incrédula y suplicante, te observo por unos minutos mientras continúas preparando tu cena. Entonces surge en mi conciencia una lucidez como nunca antes la había tenido y nunca más la volvería a tener. Te vi tal como eras, con el gesto adusto y la boca retorcida de complacencia, y ese descubrimiento me dejó petrificada. En ese momento tan poderoso comprendí que yo había nacido para ser odiada por ti y que tú eras mi madre para poderte odiar…

El arroz y el pollo que pusiste sobre el plato se convirtieron en mi primera arma contra ti. Con el cuerpo crispado por la ira y la impotencia, arrojé los alimentos sobre tu cabeza. Cegada por las lágrimas golpeé tu cuerpo con los puños cerrados, con tanta fuerza que hasta mi me dolía, y cuanto objeto estuvo a mi alcance te lo lancé hasta que te hartaste. De un solo empujón lograste deshacerte del ataque y me mandaste hasta el piso… Infeliz, se te va a secar la mano por pegarle a tu madre, me dijiste, con los ojos más negros que nunca, desorbitados por el odio. Entonces me dejé arrastrar por ti, de los cabellos, hasta mi cuarto, mientras un chorro de sangre caliente escurría de mi entrepierna con cada escalón que subía. Y otra vez me encerraste en ese cuarto sombrío para desterrarme hasta de mí misma. Vencida. Totalmente convencida de que ese era el sitio más seguro para estar…

Incluso ahora lo sigo creyendo, mientras aguardo que se disipe el miedo que me produce la exaltación de esos momentos, mientras espero la hora de tu afrenta, madre. Me das más miedo en el recuerdo que ahora que sé que estás por llegar a mi espacio.

Este refugio atemporal me otorga el don de conocer los secretos de la muerte mientras encaro mi destino. Por eso el colchón vibra lentamente cuando revivo tantas penas, oscila bajo el equilibrio de mi sombra en torno a algo más grande que las propias paredes que lo acotan…

Y me veo allí. En la semioscuridad de una eterna madrugada estoy sentada a los pies de la cama. Una luz macilenta apenas penetra por la abertura lateral de la cortina. Escurren sin control secreciones por los orificios de mi rostro con cada espasmo que sobresalta mi pecho y mi abdomen. Busco respuestas en el piso cada vez que lanzo preguntas al techo de mi cuarto; al foco sin luz, como si acaso este fuera un Dios apagado, shshshsh… ¿Acaso es Dios quién sisea en mi oído cuando suplico?

Estoy partida en dos, cuerpo y alma aislados el uno del otro y sin ninguna relación entre ellos. Separada de mis cuatro cuartos. Porque tuve dos cuerpos y sentí dos almas palpitar dentro de mí. ¿Qué voy a hacer con mis mitades? ¿Y qué voy a hacer también contigo, madre, y con este odio que nace de mis entrañas?

El tiempo se desparrama sin control en la hostilidad de mi cuarto. Amaneceres que ya no me pertenecen y oscuridades que invaden mi espacio esparciendo su negrura como sombra perpetua e irrefutable. El filo de otra noche posa sobre mi cabeza como la punta de una espada desenvainada, amenazando con privarme para siempre del dulce sueño y el matutino canto de los pájaros. Con gritos silenciosos, incontables veces le pido a Dios leche y agua para mi hija, brazos tibios que la sostengan y una voz que le susurre al oído. Los ojos me duelen de tan abiertos que están, toda la órbita resintiendo el peso de la realidad. Resecos. Me niego a parpadear, pues temo que con ello se borre la imagen todavía nítida del pequeño rostro de mi hija. Con los brazos inmóviles y la espalda tan encorvada que mi barbilla casi roza las rodillas, me niego a sucumbir ante el sueño. Mi cerebro embotado comienza a dar órdenes de ignorar el dolor. Un bicho iracundo intensifica la anestesia en mi cuerpo, cuando consigo que retrocedan sus patas al hostigarlo con mi zapato derecho.

Con la lluvia que resbala por el vidrio de la ventana y los truenos que cimbran al mundo, yo suplico la apertura de las puertas; correr los cerrojos que me aprisionan y ser guiada por Mis, hasta el templo del maldito. Imagino las comisuras de sus labios curvándose hacía arriba, complacida del sufrimiento del crucificado y otorgándome el permiso de apedrearlo. Y en el altar, a los pies del colgado, mi premio al agravio cometido será encontrar a mi hija con todos sus huesos intactos y su piel rosada.

Pero nada sucede en el encierro. Dejo de alimentarme de sueños y sucumbo al cansancio atroz que me persigue, pero antes de cerrar los ojos, íntimamente me despido de mí abrazándome con las últimas fuerzas que me quedan, pues intuyo que al despertar ya no seré la misma. Hema se abre paso entre el fuego, Julieta, guaracaché, guaracachá, una panza alcanzarás…

Me persiguen y debo huir de sus intenciones. Con los párpados entreabiertos poco a poco me alejo de la vida para caer al abismo acucioso del sueño sin saber por cuánto tiempo.

Despierto de tarde, aturdida y temblorosa camino hacia la ventana. Llueve. Y sonrío, pienso que está bien que llueva porque yo estoy dentro y no me mojo. Y no me mojo porque nada me toca. Y nada me toca porque estoy dentro. Llueve tanta agua gris que ya no recuerdo el azul del cielo y últimamente sólo miro anochecer. Ignoro los días que han trascurrido; ya no importa pensar con seriedad en el tiempo. Comienzo a concentrarme en el debate que germina en mis oídos pues se torna imperioso poner a cada una en su lugar.

No pienses en nada porque nada es importante, Julieta, michontoiguer, michonteiguer, Mis, usa pinceles…

Hema regresa de la nada y yo me lleno de angustia cuando ella me recuerda que tenía algo en las manos y ya no. No logro arrancar esa sensación de pérdida y extravío mientras me habla. Frente al espejo sucio miro unos ojos sin color que no me dicen nada. No sé si es otra la que está frente al espejo o soy yo. Nada duele, nada cansa. Reniego del encierro cuando descubro que afuera nada me importa. Necesito salir de este cuarto para dejar frente a una iglesia a esas que invaden mi escondite y me increpan a toda hora con enfrentamientos sublimes entre ellas. No sé desde cuándo las conozco pero me hablan a toda hora bajo los influjos del viento. A ratos soy una, y luego soy otra pues ellas exigen de mí la supremacía. Una no reconoce los lamentos ni entiende el origen de mi angustia, y la otra me sumerge a los abismos con reproches sanguíneos. Pero me conforta el vacío que existe entre las dos cuando a ratos se alejan de mí. Es un hueco que queda debajo de mis carnes y que podré llenarlo a mi antojo con un pedazo de pan, o con el molinillo que usa la única madre de esta casa. Y tal vez nada llene ese vacío, pero no importa, así me quedo, entre esta nada que no es nada, porque nada es nada y eso es importante.

No dejaste nada en la charola, el hambre es canija ¿verdad? Pues ya era hora que reaccionaras porque yo no soy tu gata. ¿Qué me miras, estúpida, de que te ríes? Pero tú, madre, pusiste una cara más estúpida que la mía, al preguntar.