jueves, 8 de noviembre de 2012





II


Poco a poco nos acercamos al final del día, al final del mes, al final del año; a nuestro propio final. A esta hora ya no existen tantas cosas que hasta hace rato sí. La noche calla algunas voces, el día a otras, en una siniestra repartición de tareas.  Y no todos los pájaros que canturreaban por la mañana podrán hacerlo otra vez…

Cuántos árboles dejaron de ser árboles hoy. Cuántas sillas usadas fueron destruidas en el mundo. Cuántos vasos rotos. Cuántas cartas quemadas. Cuántos te quiero borrados del email. Somos parte de las cosas y como las cosas hemos de ser destruidos por la implacable rueda del destino. Hoy me alcanza la energía para apretar las teclas, a otros ya ni eso…

sábado, 9 de junio de 2012


I

Ya sólo soy un dolor en los huesos. La frialdad de una sangre que circula sin ganas. El espasmo de unas vísceras huecas. Soy falta de aire. Anginas inflamadas.

He dejado de caminar por la calle desde hace tiempo. Me niego a arrastrar los pies. Me da miedo bajar la banqueta con estas piernas flácidas que cada vez soportan menos. Miro la otra esquina como se mira una lejana estación de tren, nebulosa y solitaria. Nadie me espera del otro lado.

Es difícil vivir en una ciudad que no se recuerda. Donde hasta la propia sombra parece un extraño. Hemos imitado con las calles al laberinto de Dédalo. Escondido en alguna parte está el monstruo.

Sabrán que enfermé por la falta de fuego. Por las brasas extintas que sedimentan  mi sangre. Por el humo tóxico de los recuerdos que me asfixian y me provoca este ardor en los ojos.

Ya la cama contiene mi forma porosa y tiesa. La forma última de los cuerpos moribundos. Es molesto que alguien abra la ventana para que se cuele el aire fresco, cuando lo que yo deseo es ahogarme.

Espero que el techo pronto se desplome sobre mí. Cuando por última vez cierre los ojos. O quizá se me queden abiertos, y los polvillos rojos del otoño sea lo último que vea. Que sobre mí caigan, que me sepulten…

Me ha dolido la cabeza, el hígado, el corazón. Desde el día que miré por la costura de mi cuarto, un virus me contagió de muerte. Me infectó las ganas. Deprimió mis defensas vitales. Atacó mi risa.

Dicen que sea optimista, que soy joven, que voy recuperándome. Y yo sé que mienten. Que me transformo en nada, que unas manos me están pulverizando…

jueves, 26 de enero de 2012

Autosabotaje

Es 26 de enero. Se fueron ya veintiséis días de un año que se perfilaba muy productivo. Hablo en pasado, porque aunque el año está casi nuevecito, esos veintiséis días no regresarán para que no volvamos a desaprovecharlos.

Así he tirado a la basura mucho tiempo de los años que tengo ―no pregunten cuántos―, en todo caso, la pregunta oportuna sería: ¿qué he dejado de hacer? La respuesta es: dejé de trabajar en pos de mis sueños.

Con una energía renovada decretamos, planeamos cada primero de enero en la madrugada: que si vamos a comenzar una rutina de ejercicios, que ahora sí vamos a estudiar un idioma nuevo, que se emprenderá ese negocio que hemos cocinado desde equis tiempo, que se concluirán los estudios, y cientos de etcéteras…

A más de uno nos ha pasado, no lo podemos negar: cada año se queda algo pendiente en el tintero...

Y hay que confesar que no es por falta de tiempo; ha sido falta de valor, de fuerza de voluntad, o por desidia acaso, que nos hemos paralizado. Autosabotaje, dirían los expertos.

En mi caso, no puedo echarle la culpa a "la inspiración que no llega", cuando de escribir se trata. Los que estamos en la profesión de la escritura, sabemos bien que todos los elementos necesarios para producir un texto se obtienen a base de disciplina, lectura y constancia. A mí me han faltado dos de esos tres elementos.

¿A ustedes qué les ha faltado?

A unos antes, a otros después, la insatisfacción personal se nos aparece en forma de sombra. Nos persigue justo en el momento en que deberíamos estar ejecutando lo planeado, y en cambio, usamos ese tiempo en otra cosa. Esa sombra pasa frente al televisor, se mete con nosotros bajo las sábanas, ya muy entrada la mañana. Nos persigue en el café con los amigos, se tumba a lado nuestro en el sofá. Y También nos habla, dice "deberías estar haciendo esto o aquello", pero le subimos el volumen a la televisión para no oírla, o le contestamos, allí acostados "un ratito más".

No sé ustedes, pero yo no pienso conceder ni un rato más a esos obstáculos que me desvían de mis objetivos; ni aunque la cama con sus cobijas calientes quiera aprisionarme a ella.

Hay que entender que la vida está avanzando mientras uno se queda. Entender que la vida no es MAÑANA LO HAGO. Que la vida es ahora. Y yo, por lo pronto, AHORA quiero escribir...