martes, 5 de abril de 2011

Vidas Baldías, en la Feria Universitaria del Libro


Para los que vivan o anden por Mazatlán, los invito a la presentación de mi novela, Vidas Baldías, ganadora del Premio Nacional Valladolid a las letras 2010, que se llevará a acabo en el marco de la ahora denominada, Feria Universitaria del Libro (antes FELIART), este viernes 8 de abril a las 19:00 hrs, en el corredor cultural de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Mucho agradeceré si me ayudan a difundir la noticia entre sus conocidos.
Allá nos vemos...

miércoles, 23 de febrero de 2011

Niña



Todos los días trato de acordarme de ti:

cómo era tu voz,

a qué jugabas,

qué te hacía llorar,

de qué parte del estómago brotaba tu risa.


Todos los días toco la cicatriz de mí rodilla

y procuro no arrancarme la costra

que quedó aglutinada en mi alma,

con otras más que aún duelen.


Todos los días te canto

esa canción que culminó tu infancia

Te digo con los ojos que te quiero

aunque a ti veces se te olvide...

viernes, 18 de febrero de 2011

Olvidarte


Olvidar que existes, es fácil

como cerrar la ventana

para no oír tu voz como un ruido que molesta.

Tirar la manzana que ya no comes

y que supura líquidos pestilentes

contaminando mi espacio.


Olvidar todo de ti, tarea sencilla.

Como cambiar de canal al televisor

soltar el drama y ver comedia

o apagar el aparato, francamente

y escuchar música barroca.

                 Nada comparado a la sencillez tuya.


Alejarme de tus símiles

no hacer caso a tus muebles:

tu silla predilecta

      el lado de tu cama

            la mesa de centro que acunaba tus pies.


Dormir con seis cobijas

romper tu taza del café

dejar el gato afuera

comer sobre la cama

y fumar otra vez en el baño.

Ser yo, así como era antes de ti

con el plato de comida tan alejado de las formas

mientras se enfría con mis lecturas.


Sí puedo olvidarme de ti.

Necesito comenzar ya el desorden en la casa.

Cerrar la ventana

                 -por dentro y por fuera-

esperar a que la fruta que compré, por si llegabas

                                supure tu ausencia.

Silenciar todas las músicas del mundo

conciliar el sueño y cobijarme

                           pesadamente

                                 como a ti no te gustaba.


Matar al gato que duerme en tu vacío

Volver a comer… Para comer sobre la cama

                                       y a fumar ya he empezado.


Falta acordarme exactamente

como era yo antes de ti.

Recuperar el olor de mis soledades

regar por la casa mis libros favoritos

que pacientemente ordenaste en la estantería.

Estar sin bañarme otros tres días

                                           ¡Ah!... Y comer.

Necesito volver a comer sin ti.

sábado, 5 de febrero de 2011

El sótano



Apenas me asomaba al sótano

un haz de luz iluminaba

las cajas roídas por el tiempo

                             ... y una que otra rata hambrienta de mi memoria.


Fotografías húmedas

por las lágrimas de una infancia rota.



Apenas un paso adentro

los murmullos patearon las tapas

rasgando la cinta que los sellaba.


Un recuerdo escapó…

Un dos tres por todos mis amigos

susurró mi nombre

al encontrar mi escondite

tras la puerta de los treinta.


Los años me miraron a los ojos

antes de subir por la escalera

y cerrar la puerta con indulgencia.


Las risitas de las cajas asomaron sus cabezas

                                     el aro azul rodó.

El juego de la oca

Platero y yo nos asustamos.


El silencio quedo inerme

ante tanto alboroto

que huyó a otras infancias

de apagadas voces

de dormidos recuerdos…


Ya soy parte del barullo:

voces niñas me acompañan,

trinar de canarios,

maullidos pintos,

aguaceros de láminas,

las piedritas en los vidrios…


Ya salen los abuelos y los padres

los amigos aún infantes.

Apenas…


Y comienza el juego

de la edad desgastada.


Merodeando a tientas el sótano

voy con la penumbra en el alma

los ojos aguados

las rodillas raspadas

buscando…

         oliendo…

                    gritando..

Un dos tres por todos los que me faltan...





viernes, 7 de enero de 2011

Sequía


Esa mañana del 24 de diciembre el frío era como un cuchillo de hielo que me partía la cara, mientras esperaba que la cubeta se llenara a cuenta gotas. Debía llenar tres. Imposible con la miserable ración de agua que se nos permitía almacenar nada más entre las seis y las nueve. Después de esa hora la tubería se volvía seca y oxidada, sin esperanzas de exprimirle chorro alguno.

―No va a venir, convéncete ―le dije a Ita, frotando mis manos enfundadas en esos guantes que encontré a buen precio en el tianguis de San Agustín.
―El cielo se ve cuarteado. Va a arreciar el frío ―me dijo ella, sin hacer caso a mis palabras; con la mirada puesta en el vasto horizonte que enfrentaba nuestra choza cada día.

     Las cartas llegaban muy puntuales al principio, cada fin de mes. Al cabo de un año recibíamos a lo mucho una cada tres meses, hasta que nos acostumbramos a las tarjetas de cumpleaños solamente: una para Ita y otra para mí. Inesperadamente, a finales de noviembre y sin ser cumpleaños de ninguno de los dos llegó aquella en la que nos anunciaba que vendría para Noche Buena.

     Ya era Navidad: un pollo rostizado se quedó completito en su bolsa de papel estraza, aguardando ser el banquete de su recibimiento. Un manjar digno después de cuatro años de no verla, pero nuestra madre no llegó.

     Ita aún tenía esperanza que de un momento a otro apareciera su figura subiendo la loma. Tal vez no encontró camión, decía, cuando yo pensaba que era lógico que mamá no quisiera regresar a la pobreza de nuestro pueblo, de nuestra casa. Lo que no estaba bien era que jugara con las ilusiones de mi hermana, pues yo desde que se fue, vi en sus ojos la mirada sin retorno.

     Cerca de las tres de la mañana y con las mejillas mojadas, Ita se fue a dormir. Me dijo que era el vapor de la olla con el ponche hirviendo, pero yo sabía que le escurría el llanto cuando se encontraba de espaldas removiendo el líquido sobre el anafre.

     El recuerdo de Ita es plomo en mi conciencia. La veo con su capucha verde y la chamarra negra sintética que se compró, con los últimos veinte dólares que le mandó mamá en su cumpleaños. Recargada sobre los troncos apolillados que sostenían su fiel espera. Con su mirada puesta quizá ya en otro lado. Hoy que cumple sus dieciséis, y a un año de que ella también se fue quién sabe con quién. Entre tanto yo sigo llenando las cubetas con el miserable chorro de agua que nada más me visita de seis a nueve de la mañana.

Imagen tomada del blog Las Historias de Alberto Chimal.